viernes, 31 de agosto de 2012

Tomate

Era el verano del 94, hacía mucho sol y un calor sofocante. Había una familia muy feliz que pasaba el día en la playa. Eran dos niñas las que lo estaban pasando en grande. La más pequeña jugaba a la sombra de una sombrilla con sus muñecas, a los pies de la hamaca de su madre. Hacía poco que había llegado del hoyo que hacía las veces de "piscinita" que su padre le había cavado con mimo y ahínco junto a la orilla.
La mayor estaba sola jugando justo dónde rompen las olas, le encantaba estar ahí porque se refrescaba sin agobiarse y sin tener que nadar, le daba mucha pereza eso.
Le encantaba jugar ahí con la arena, no le iban las muñecas, nunca le gustaron, así que no jugaba con su hermana. Se divertía sola haciendo montones de arena mojada y redondeándolos de manera perfecta. Cogía un puñado de arena mojada y lo aplastaba en el suelo para luego darle forma. Luego decidió hacer un castillo. El castillo tenía cuatro torres, hechas con su cubo amarillo, una pala rosa y un rastrillo verde que; como tenía tanto pelo y tan grueso, a veces jugaba a fingir que era su peine. Era un pelo muy difícil de domesticar. Hizo las cuatro torres, y las paredes del castillo, dibujando la forma de las piedras cuidadosamente con una punta del rastrillo, lo cual era muy difícil porque sus manitas eran muy pequeñas para sujetar el rastrillo en tal posición, pero lo hizo. Su parte preferida era elaborar los pináculos de las torres, ella sabía que se llamaban así aún con su corta edad. Siempre preguntaba a su padre por los edificios y los castillos que visitaban cuando viajaban, era una niña muy curiosa y le gustaba saber cosas de adultos para impresionar y llamar la atención.
Para hacer los pináculos llenaba medio cubo con arena y la otra mitad con agua, transportarlo le pesaba bastante y como era regordeta le costaba cargar con el cubo. Luego sumergía la pala para atrapar la cantidad justa de arena mojada y dejaba caer churretones de arena sobre la superfície de la torre, hasta que creaba un pináculo más o menos uniforme de lo más original; esa era su parte preferida de hacer castillos. En el centro, una rama que hacía las veces de árbol y de bandera y, por supuesto, un foso con agua en el acceso a la puerta levadiza principal.
Su padre la observaba sin que ella prestara mucha atención, lleno de amor, lleno de admiración, básicamente porque él le había enseñado a hacer esos pináculos y ningún niño de su edad sabía hacerlos tan bien.
Dejó acabado el castillo, le apetecía jugar a la pelota. Tenía una pelota en forma de tomate. Era una pelota hinchable color naranja de la marca de carretes fotográficos AGFA y eso precisamente era lo que ponía en letras negras sobre un fondo blanco en una de las cuñas esféricas de la pelota. En el casquete esférico superior por dónde estaba la boquilla para hincharla, había unas protuberancias verdes de plástico que emulaban a las del rabillo de un tomate. Le encantaba esa pelota, le hacía muy feliz, fue un regalo de papá por acompañarle a hacer el recado de recoger unas fotos reveladas. Siempre la recompensaba por acompañarle; con algún regalo, con ir a un parque nuevo, o con un Laccao bien fresquito en la barra de algún bar. Si se portaba muy bien- ( y normalmente lo hacía)-, la dejaba sentarse en el taburete de la barra, eso la hacía sentirse mayor y más cerca de él para hablar, le encantaba imitar a los adultos y los adultos podían sentarse en un taburete de la barra. Además sentarla allí implicaba confianza en ella, su padre confiaba en que se comportaría y en que no se caería del taburete porque ya era mayor y podía sentarse ahí sin peligro.

La niña cogió la pelota para jugar. El juego consistía en cogerla y tirarla al agua a una distancia cercana de la orilla, entrar en el agua coger la pelota y tirarla fuera para volver a cogerla y lanzarla de nuevo al agua y así sucesivamente. A veces la pelota se iba un poco más lejos de lo esperado debido a las olas y entonces tenía que nadar un poco, pero no pasaba nada porque siempre conseguía recuperar la pelota. De repente sucedió que la pelota fue bastante lejos. 

Ella sabía nadar gracias a las clases de natación a las que le obligaban a ir por la escoliosis leve de su espalda, así que nadó hacia la pelota pero cómo le entró sal del agua del mar en los ojos, la empujó sin querer y se fue aún más lejos. Y siguió nadando, pero esta vez tragó agua, sabía que si se “ahogaba”-(era asmática)- le caería una buena así que comenzó a llorar por la impotencia de no ser capaz de llegar al tomate ni de recuperarlo, empezando a entender con rabia que lo había perdido... Dio media vuelta buceando, le gustaba más nadar por debajo del agua que en la superficie, con la barriga rozando la arena, le resultaba muy relajante, pero no entonces, porque estaba llorando y tenía un nudo en la garganta, había perdido el tomate que le regaló papá, se iba mar adentro y nada podía hacer

Salió del agua y fue llorando hacia dónde estaban sus padres y su hermana. Se secó los ojos con su toallita infantil; era blanca y tenía una capucha en uno de los picos de la toalla. En el reverso de la capucha, había un patito amarillo, se puso la capucha y la toalla. Le quedaba colgando a modo de capa, como cuando los niños juegan a ser súper héroes. Se envolvió en la toalla, tener la cabeza cubierta y la espalda arropada le hacía sentirse protegida, como a todos los niños -(y también a algunos adultos)-.
-¿Por qué lloras?- dijo su padre muy afligido, siempre que una de sus hijas lloraba algo se quebraba dentro de él, se le notaba en los ojos.
-¡Mi tomate! Se lo ha llevado el agua...-No podía contener el llanto, se ahogaba, siempre le pasaba por los nervios al llorar.
-¿Dónde?- dijo su padre, que ya se estaba quitando rápidamente la camisa manga corta que no llevaba abotonada.
-Allí, dónde he hecho el castillo, -musitó entre sollozos- se lo lleva el agua-lloró-...
-Quédate aquí, voy a buscarlo.-Dijo muy serio antes de correr hacia la orilla.

La niña paró de llorar en el acto. Tenía una fé ciega de que su padre solucionaba todo siempre. Como todas las hijas respecto a su padre, sólo que su padre siempre lo hacía. No había nada que él no pudiera lograr, nada que no le consiguiera a su hija por difícil que fuera. Así que la niña paró de llorar porque sabía con certeza que volvería a tener su tomate en unos instantes, era un hecho.
-¡Noooo!- gritó su madre con la histeria que le caracterizaba ante situaciones “problemáticas”-¡cariño no vayas que te ahogarás!-insistió sentada en la hamaca pero sin levantarse.
La niña miró a su madre con desdén porque su padre era un superhéroe. No iba a ahogarse porque sabía nadar y le iba a traer la pelota, pensó que era una exagerada como siempre.

La niña desoyendo las órdenes de su padre se acercó a la orilla y se quedó allí de pie, observando pacientemente. Miraba a su padre, éste estaba nadando todo lo deprisa que podía en dirección al tomate. Ya estaba cerca, pero no lo alcanzaba. Las olas arrastraban el tomate mar adentro. La niña abría los brazos en cruz, cogiendo su toalla con las manos y bajando los brazos otra vez mientras se tambaleba alante y atrás sobre las plantas de sus pies, estaba impaciente por ver llegar a papá y al tomate. Unos gritos la sobresaltaron. Era su madre.
-¡Deja la pelota! ¡Te ahogaráaaaas! ¡Que alguien ayude a mi marido por favor, se ahoga! ¡SOCORRRO!-gritaba.

La niña no creía lo que oía, su padre era un súperheroe y si le había dicho que iba a buscar el tomate era que lo traía de vuelta, no se iba a ahogar. No obstante el corazón le latía muy deprisa y empezó a tener frío por los nervios. Miró a su madre la cual estaba llorando y gritando y miró a su padre, pensó que estaba muy gracioso nadando haciendo el perrito, pero ya no iba en dirección al tomate se había quedado parado en el agua haciendo el perrito sin avanzar ni retroceder, se hundía un poco y salía escupiendo agua. -”¿Por qué no seguía hacia el tomate? Ya estaba muy cerca”- pensó la niña. Entonces, la niña comprendió que su padre estaba cansado, cuando ella no podía más en natación hacía lo mismo; se hundía un poco y salía y escupía agua porque le costaba respirar... Tal vez su padre se estaba ahogando por su culpa. Los gritos de su madre interrumpían sus pensamientos, su madre la estaba asustando, verla llorar le producía desasosiego.

De pronto la niña vio una barca de Cruz Roja pequeña con dos hombres a bordo, iban hacia su padre, eso la asustó y se quedó perpleja observando la escena con la mandíbula apretada “¿se ahogaba?” ella había visto gente ahogarse en la serie “los vigilantes de la playa” ¿tendrían que hacerle el boca a boca y vomitaría agua y se salvaría? ¿Y sino...? Tenía que salvarse por la noche iban a hacer patatas fritas onduladas y albóndigas juntos... ¿por qué tardaban tanto?, ¿por qué había ido a por el tomate? Era todo culpa suya... Estaba muy asustada, de pie en la orilla con su culetín azul marino con margaritas blancas en los laterales, mordiendo la toalla, trayéndola hacia su boca con la mano. Sus enormes ojos azules se hicieron el doble de grandes y ellos junto a su “coleta de cebolla” - (era el único peinado que sabía hacerle su padre; cogía todo el amasijo de pelo en la parte superior de la cabeza y enrollaba una goma alrededor, de ahí el nombre”). Le confería el aspecto de un Furby muy asustado.

Los socorristas de la barca cogieron a su padre, uno se tiró al agua y el otro que quedó en la superfície Extendió el brazo para que el padre de la niña lo cogiera, subió a la barca el pobre hombre un tanto apabullado y lo arroparon con una toalla. Padre e hija tenían el mismo aspecto con la toalla, ambos tan pequeños... Llegaron a la orilla, el padre habló unos instantes con sus rescatadores, estaba muy triste y se fue con la toalla y los ojos rojos por la sal hacia su hija que no era capaz de abrir la boca.
Al fin la niña dijo con valentía:
-Mamá decía que te ahogabas, ¿te estabas ahogando? Eran los vigilantes...
-No cariño-le sonrió ampliamente su padre- ¡qué va! ¿no conoces a tu madre? Estos señores han venido a buscarme para ir a por tu tomate, no porque yo me estuviera ahogando. Ellos irán a buscarlo para ti, yo les hacía señas para poder explicarles dónde estaba.
-¿Pero y entonces porque no lo han traído ahora?
-Porque tu madre gritaba y han pensado que estaba nerviosa y han venido a dejarme aquí, pero ahora irán con esa barca a buscar tu tomate y nos lo traerán.
-¿Y los vigilantes van a buscar todas las pelotas que pierden los niños?
-Claro hija, pero no todos los padres lo piden y yo se lo he pedido por favor, así que tienes que darles las gracias y siempre pedir todo por favor, ¿de acuerdo?
La niña quedó convencidísima de que su padre no se estaba ahogando minutos antes, creyó plenamente la historia que su padre le contó para protegerla cómo siempre hacía y el día transcurrió sin más sobresaltos. 
Por la noche hicieron patatas onduladas con el cortador especial que ya le dejaban manejar y su hermana y ella prepararon albóndigas muy pequeñitas cómo les gustaban y filetes rusos, se fueron a la cama juntas. Su padre les leyó un cuento, les dio un beso, las arropó y les dio una palmadita en el culo sobre la colcha cómo siempre solía hacer y luego apagó la luz.

A la mañana siguiente, volvieron a la playa. Y se reprodujeron las actividades que todos habían desempeñado el día anterior, el padre de las niñas fue a la orilla, dónde estaba la mayor.
-Ven.
La niña ya se levantó y dejó todo allí.
-¿Dónde vamos?- preguntó mientras le cogía la mano.
-Ahora verás, tú ven- le encantaba cuándo su padre era también un niño y se traía algo entre manos. Caminando unos metros y saliendo de la arena llegaron a una de las casetas de Cruz Roja y su padre exclamó:
-A ver ¡aquí hay una niña que ha perdido un tomate!
-No es un tomate papá- dijo con rabieta infantil porque no soportaba las frases o palabras mal dichas y su tomate era una pelota, no era adecuado referirse a un tomate hablando con gente que no sabía que el tomate era en realidad una pelota, eso le haría parecer un bebé que no habla bien-. Es una pelota que tiene forma de tomate y es color naranja...- Corrigió con desdén a su padre que no daba crédito.
  Uno de los vigilantes miró a lo alto de una estantería, allí estaba; unos prismáticos y su tomate al lado.
-Bueno, pues eso -concedió su padre, sonriendo.
El vigilante dio el tomate a la niña que tenía una inmensa sonrisa de felicidad, no le dijo nada a su padre pero ella se alegró de verlo de vuelta con la barca y se alegró tanto que le daba igual el tomate, estaba dispuesta a sacrificarlo porque su padre volviera y nunca lo dijo porque tenía siete años.
-¿Qué se dice?
-Muchas gracias señor vigilante por recuperar mi tomate. ¿Se había ido muy lejos?
-Bueno... Un poco.
-Vaya... Siento las molestias. Pero bueno cómo han ido en barca a buscarlo, seguro que no ha parecido que iban muy lejos. ¿verdad?
El vigilante miraba atónito a la niña, no daba crédito a cómo le hablaba.
-Pues nada, diles a estos señores que no volverás a perder el tomate ni a molestar.
-Pero papá, ¿tú no decías que iban a buscar todas las pelotas que perdían los niños con las barcas? Si ese es su trabajo yo no les he molestado ¿a qué no? -dijo la niña mirando al vigilante buscando refuerzos.
El vigilante miró al padre que aunque la niña no lo estaba viendo tenía cara de circunstancia mitad entre, “tierra trágame” esta niña no se calla nunca y mitad “por favor que el socorrista no diga la verdad”.
El socorrista comprendió todo muy bien y dijo:
-No señor, no molesta es nuestro trabajo.

Y se fueron juntos de allí, padre e hija, porque mi padre siempre lo lograba todo. 
Todo menos lo más importante, vencer el cáncer y quedarse conmigo.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

No estaba de su mano, él hubiera hecho TODO y más por nosotras...

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