lunes, 8 de octubre de 2012

De entrante tomaré catarsis

¿Catarsis? ¿Eso no son los padres?

Cuando menos resulta irónico el desenlace de algunos nudos en las relaciones humanas.

De pronto sucede que quién casi nunca ha mirado por ti es tu protector. Cuenta la leyenda que acabas con alguien relativamente mal y no obstante, lo peor no fue acabar, sino que por circunstancias de la vida tuvieras que ver la bonita postal de sus poses con otra y algunos momentos kodak beso incluído. Es muy cierto que nunca se conoce tanto a alguien en una relación como en una ruptura. Pero últimamente estoy considerando que vale la pena ir un poco más allá de todo este rencor, despecho, odio...

Ser despechada es una pose que me hace gracia y un rasgo que tengo e hiperbolizo a veces para divertirme o escribir. Pero al margen de usarlo como un recurso más para la narrativa; el rencor y el despecho tienen poca gracia. He observado que por ahí se pierde mucha energía y la que se genera es negativa. De ahí brota mucha ansiedad y también rabia, sensaciones absolutamente desagradables...

He pensado que si Julieta decide vivir, debe vivirlo todo, decido vivirlo todo y como nunca había vivido la catarsis y el perdón, los he experimentado por primera vez.
Mi posición frente a estas dos palabras era: “¿perdonar y olvidar? Ni soy Dios ni tengo alzheimer”. Y “hoy hace exactamente siete años que me llamaron rencorosa”. Toda mi corta vida he sido leal y fiel a estas dos máximas vitales que he citado. “No sé como alguien puede perdonar, yo no puedo” solía repetirme como un mantra...

La raíz de todo este odio, despecho y rencor siempre la he visto en que los otros me hacen o dicen, nunca nada era mi responsabilidad y por suerte o desgracia he aprendido que muchas cosas lo son. Me esfuerzo por dejar de ser una incauta y ser más responsable. Estoy aprendiendo que los otros y sus acciones y/o reacciones se me escapan, pero siempre puedo hacer un análisis introspectivo, siempre puedo mirar hacia mí y reflexionar por qué pasa lo que pasa, por qué me molesta, por qué la rabia que siento y el odio, por qué el rencor y el despecho...

-¿Estás nerviosa? ¿es tu primera vez?

-No, ya he estado nerviosa antes.
 

     Creía que ya había hecho muchos de estos deberes, así que experimenté una primera catarsis brutal hablando y llorando frente al pasmo de mi único oyente, sin ser yo capaz de mirar sus ojos pero sintiéndolos absortos y embebiéndose de mis palabras. Tampoco le culpo o responsabilizo por eso, mi profundidad casi propia de la fosa de las marianas se ama o se odia, es como estar embarazada; o lo estás o no lo estás. Soy muy consciente del efecto que crea mi profundidad en la tercera persona masculina del plural, pero me he hecho mayor y he llegado a una simple conclusión para tamaño conflicto: no es mi problema si les asusto.
Yo necesitaba esa catarsis, fui valiente frente a lo desconocido y fui a por ella, tengo muchos defectos pero la cobardía no es uno de ellos, así que repetiría esta experiencia aún con todo lo difícil y costosa que fue la primera.

No es importante si al vivir la catarsis somos comprendidos, yo al menos, no le doy ninguna importancia. La paz que experimenté, la liberación, la fuga del odio que vivía en mí, todo eso me vale la pena aunque mi oyente me comprendiera o no y aunque el entorno me entienda o no por ello. Valoro las sensaciones que sentí y lo demás son accesorios y al igual que pasa con algunos flamantes vestidos de Marchesa, los accesorios aquí no hacen falta aunque a veces quedan bien porque embellecen un vestido, lo bonito es bonito...

He aprendido que la incapacidad de perdón no es tanto hacia los demás como lo es realmente hacia nosotros mismos. En otras palabras, no perdonar a alguien muchas veces es reflejo de nuestra incapacidad para perdonarnos por el daño que nos hemos dejado hacer.
Mientras no perdono a alguien la culpa es de otro, yo no tuve nada que ver, yo soy la víctima. Esta posición es relativamente cómoda y como los años pasan y yo procuro pasar con ellos y no que ellos pasen por mí, decidí no quedarme ahí y en vez de enunciar oraciones incendiarias con la tercera persona masculino del singular ponerme a mí de sujeto. Para muestra un botón:

       Cambiar: “él me ha hecho daño” por “yo me he dejado hacer daño” En modo experto, también cabe preguntarse ”¿por qué me he dejado dañar por él?”
       
       Esto que puede parecer a ojos ajenos una gran chorrada o que me he arrojado en los brazos del LSD, creo que da una posición activa respecto a nuestra vida. Como he dicho, lo que otro me hace o me dice se me escapa, pero de mí, si quiero, puedo ser consciente y responsable, porque soy libre y puedo elegir. Hacer esa práctica difícil nos saca del rol de víctima.
Llamádme infantil, -acepto las críticas-, pero me da mucha rabia y ganas de cruzar los brazos, patear el suelo y poner cara de enfurruñada el hecho de que soy yo la que me he dejado hacer muchas cosas. Este punto de vista no es agradable, me escuece y es incómodo porque me hace responsable. Si hay un verdugo y tú eres víctima aunque te duela serlo, es más cómodo. Empezar a elaborar en mi mente que yo también he tomado parte en las cosas que me han pasado y que no soy un barquito chiquitito que no podía navegar ha sido toda una revelación.

Por todo lo expuesto en esta peculiar autocrítica gastronómica, recomiendo el plato catártico como entrante pero advierto que no es ligero. La ligereza se siente una vez consumido y a mí me ha sentado muy bien. Si la ración es muy grande mejor compartirla pero preparad antes a vuestro compañero de mesa dándole instrucciones de cómo se come un entrante de catarsis ya que todos somo humanos y merecemos consideración. Recomiendo compartir la ración por otra célebre frase de mi padre con la que termino: 
“A quién come solo, el diablo se lo lleva”.

0 comentarios:

Publicar un comentario