jueves, 18 de octubre de 2012

La fiera de mi niña

     Hace pocos días tuve el placer de dar con esta joya cinematográfica gracias a que una de vosotras me la recomendó.

Esta película es de 1938, pero aún así he observado ciertos patrones de conducta típicos de las mujeres que amamos demasiado (vid. “Las mujeres que aman demasiado” Robin Norwood).

        En otras palabras, patrones de conducta típicos de esta "patología" como; resistirnos a la lucha por el otro, rebelarnos contra lo que él nos dice haciendo caso omiso de sus deseos o de su voluntad y por último, pero no por eso menos importante, cómo somos capaces de manipular la realidad (y a él) con el fin último de conseguir a ese hombre como si nos fuera la vida en ello. Esto lo hacemos (algunas) para entender lo que nosotras queremos sobre lo que él dice o hace y es manipulación. Un ejemplo común: no aceptar sus negativas a formalizar la relación o acabarla, manipulación. -Tranquilas, es difícil darse cuenta. “Hola, me llamo Julieta y he sido una manipuladora”-. ¿Asombroso verdad? Desde 1938 no hemos cambiado tanto...
Tal vez mi visión sea -u os parezca- absolutamente parcial, podría serlo dado el proceso de reflexión personal que estoy llevando a cabo en referencia a qué hacemos para conseguir a un hombre y también qué hacemos cuándo no le conseguimos, cómo nos sentimos y por qué.

      Sé que es profundo, sé que puede parecer una soberana estupidez, un aburrimiento, o que me he arrojado a los brazos del "crack" pero para mí es una necesidad vital. Siento la necesidad personal de darme respuesta a todas estas preguntas porque en el otro no puedo bucear, pero dentro de mí sí puedo. Conocerme y crecer me ayuda a no estafarme a mí misma con falsas expectativas de amores idílicos y novelescos, a no venderme por un poco de aventura, a no prostituir mis sentimientos por un poco de cariño. Todo lo que yo pueda darme a mí misma, todo con lo que yo pueda nutrir mi vida en lo más profundo y en lo más superficial no tendrá que dármelo ningún hombre y eso me hace libre. No necesitar febril y obsesivamente el amor de un hombre para ser feliz me da paz cuando estoy sola. No necesitar a otro que nutra mis vacíos y dé sentido a mi vida porque yo ya habré hecho ese trabajo sola, me permitirá tener una relación de pareja sana, sin manipulaciones, sin montañas rusas. Todo eso, me hace -o me hará- dueña de mí y de mi independencia. No estoy incitando a nadie a la revolución femenina ni a “que quememos nuestros sujetadores por constituir éstos un símbolo machista". Estoy compartiendo mis deseos de la autodependencia que busco sin tregua y de la autorrealización personal que ansío.

Mis amigos (chicos) y algunas amigas zanjan todo este monólogo que os he escrito con la frase (perdón por la expresión, mandad a dormir a los niños): “deberías follar más para divertirte y dejar de pensar un poco en todas estas filosofadas”.

No voy a entrar a valorar. Lo que sí quiero (y mis deseos son lo que cuentan para mí) es continuar por el camino que he descrito y explicado.
   Es fantástico divertirse, pero yo siento que ya he pagado un precio muy alto demasiadas veces por arriesgarme y divertirme, no hablo del sexo sino de las relaciones destructivas a las que he sido adicta. Así que para mí, es el momento de pensar, de reflexionar y de crecer. Estoy en un momento de trabajo personal y de divertirme también, pero de otras maneras que no me cuesten el pasarlo profunda y exageradamente mal después debido a “amar demasiado” cuando el otro de turno me abandona.

    El día que cumplí 13 años vi por primera vez la película “Romeo y Julieta” con mis amigas en casa; pedimos unas pizzas y vimos esta película de DiCaprio. Por supuesto ya había leído el libro, mi favorito aún a día de hoy. Y la película desde ese día fue, como no podía ser de otro modo, mi preferida. Nada me parecía más bonito en el mundo que morir de amor como Romeo y Julieta, yo encajaba perfectamente en esta visión romanticista, estaba hecha a mi medida. -No vomitéis por la cursilería prometo con humildad que vale la pena lo que voy a decir-me parecía lo más romántico que podía existir (tenía 13 años). “Yo también me habría clavado un puñal para morir con mi amor, ¿qué sentido tiene la vida de Julieta sin Romeo?” -solía decir y preguntar retóricamente de adolescente.

Siempre entendí relacionarme en pareja como entregarlo todo, entregarme del todo sin medida, sin cuartel. Si amas de verdad no hay reservas, no hay que protegerse del otro porque le amo y él me ama también y eso último no es discutible, es un acto de fé ciega. Y como él me ama (aunque sea “a su manera”) no debo protegerme de él aunque me haga daño. Si hago todo lo que el otro quiere, si trabajo duro por lo nuestro, si me esfuerzo al máximo por complacerle, si lucho por él, si le doy todo mi corazón sin quedarme nada ni titubear en su entrega, si soy todo lo que él quiere, si me convierto en todo lo que él necesita en todo momento; entonces me mereceré que el otro me ame para siempre.
      Puede parecer algo muy evidente para todo el mundo, pero a mí nadie me dijo ni me enseñó que no hay que hacer nada para que a uno lo amen. Y por cierto, cuando sufres de lo que se llama “amar demasiado” y eres adicta a las relaciones destructivas ningún hombre con los que se forma pareja te enseñan eso ni por supuesto te lo dicen. “La mujer que ama demasiado” siempre está con un perfil muy concreto de hombres, no es casualidad, ni tener mala suerte en el amor, ni ninguna otra Cosmo-frase que os puedan decir. Es una elección inconsciente que lleva mucho trabajo trasladar a la consciencia. ¿Es casualidad que las mujeres maltratadas acaben formando pareja siempre con maltratadores? No, no lo es. Pues lo mismo sucede con las “mujeres que aman demasiado”.

Todo esto de morir de amor y luchar por amor, me pareció precioso durante mucho tiempo, esta fue mi forma de “amar demasiado”.-Y de putearme demasiado-... ¡qué bonito!-Sarcasmo-. Yo habría dado mi vida literalmente por todos los hombres que he amado. ¿bonito?, ¿patético?, ¿romántico?,¿infantil? ¿ridículo? No voy a descalificarme adjetivando hoy lo que hice ayer, eso me quita fuerza. Lo que me da fuerza es que hace bastantes meses sé que adjetivo es: doloroso. Ya sé cómo y cuánto duele, ya he llevado hasta el último extremo mis ideales románticos, los he luchado, los he experimentado, los he practicado y los he creído. Ya no quiero más, ni puedo más con ellos, estoy en paz conmigo misma en ese sentido.
    Ahora Julieta se ha hecho mayor y decide vivir, morir de amor puede que me pareciera bonito a los 13, hoy me provoca escalofríos el pensar en todo el daño que me he dejado hacer en nombre de amar demasiado como forma de vida y pensar que puede volver a ocurrirme, me dan ganas de apretar el gatillo de la foto de mi avatar-humor negro.

    Sigo creyendo en el amor, pero a Shakespeare lo tengo en la estantería porque ahí es dónde deben estar las historias de amor novelescas. El amor es vida tal y como lo entiendo hoy. Las personas podemos elegir y eso es algo que me fascina de la condición humana y en lo que creo firmemente: el libre albedrío. Todo el mundo por muy difícil que sea la situación en la que se halle puede elegir. Julieta de Shakespeare pudo elegir, es verdad que era una situación extrema, podemos entender o no lo que hizo. Pero pudo elegir: vivir o morir (matándose). Mi Julieta decide vivir, porque si se ama a sí misma la vida vale la pena y tal vez dé con un Romeo que ame la vida tanto como ella o tal vez no.
La mujer que “ama demasiado” puede elegir: seguir con su adicción a las relaciones destructivas; hombre tipo Ikea, Don Juan, cachorro abandonado, etc. O hacer introspección y tratar de rehabilitarse de esa adicción y vivir de verdad la vida de otra manera.
Por cierto, es posible vivir de otra manera, que nadie os engañe y si lo intentan, golpe de remo.

Mañana un diálogo de "la fiera de mi niña" comentado para analizar formas de manipulación inconsciente y consciente desde 1938.


0 comentarios:

Publicar un comentario