martes, 23 de abril de 2013

Guerra entre mis mitades

     A menudo me dicen: "pero no le digas esto que se agobiará", "no hagas esto otro que se asustará", "no puedes decirle según qué a un tío, sólo estáis empezando, no seas pesada","eres demasiado exigente, así nunca encontrarás a nadie", "si siempre eres tan estricta te quedarás sola". Yo siempre contesto:

-Bien, en ese caso me quedaré "sola" como tú dices. Pero como tú dices ya no es la soledad que yo entiendo ni practico. Con respecto a quedarme sola, no temo. Siempre estoy conmigo, ya no me abandono nunca. Pero aun así, "sola" como tú dices, estaré en buena compañía, en la mía propia, por tanto nunca más podré estar sola en el sentido en que antes me aterraba, siempre estaré felizmente conmigo. Respecto a perderlo lo sentiré mucho, o no, dependiendo de mis sentimientos. Como soy muy sensible puede que llore por perderle. Probablemente estaré triste un tiempo, pero si se agobia o se asusta le diré "adiós" de buen grado, porque será muy evidente que no buscamos lo mismo ni vamos en el mismo sentido vital. Yo aspiro a un compañero valiente a mi lado. Aspiro a un valiente que no se asuste, ni se agobie. Por tanto, me resulta muy evidente que si es "de los que se asustan o se agobian" no es para mí.

+¿Y si se va con otra por tu intolerancia de no querer aguantar nada, también te dará igual y me soltarás este discursito filosófico?

-Si se va con otra sólo hará que confirmar lo que me dieron a sospechar sus agobios y miedos. Que no sabe estar solo, -que es como yo temía; un dependiente más de los que ya he conocido- , que no entiende el amor en la profundidad que yo lo siento, que le importa poco estar conmigo o con mi sustituta porque lo que quiere es estar acompañado para no estar consigo mismo, ni mirarse, ni observarse, ni crecer en ningún momento. No me dará igual verle con otra, seguramente tendré varias noches “Bridget Jones” pero el amor que afortunadamente ahora me tengo a mí misma, está dispuesto a dejar que otra esté con una persona así, sin prejuicios, simplemente somos dos naturalezas distintas... Auguro -y no yerro demasiado me temo-, que un hombre así, al que le da igual una que otra que yo, busca una mamá y yo antes que un hijo busco a un hombre, busco un par, un igual con el que relacionarme... Como ves, si se busca una sustituta mía, sólo tendré claro que aun tenemos menos que ver el uno con el otro. Yo puedo quererle a él y le quiero, pero no quiero formar una pareja así con él, (ni con nadie), si esa es la única oferta, que se lo quede otra, yo en temas de pareja, no pienso volver a las rebajas...

+Con esa mentalidad nunca encontrarás a nadie, eres demasiado exigente, nadie va a empezar nada contigo súper en serio... Lo más normal en este siglo es que empieces con alguien y ese alguien vaya despacio o tenga dudas porque está conociendo a otras también. Y si tú eres un poco lista, haces las cosas bien, y no demuestras demasiado interés, en plan, que no parezca “que pierdes el culo por él”... Eso irá bien.

-No tengo trece años, ni hago estrategias de adolescente que lee la super pop con el mentón apoyado sobre sus propias manos y con los talones en alto escuchando a los Backstreetboys para “conquistar a un hombre en tan sólo diez pasos”...
Admito el ir despacio, pero las dudas no. No admito dudas porque alguien sabe si te quiere, si no te quiere, o si quiere pasar el rato. Los hombres llaman dudas a querer seguir teniendo sexo con una mujer en tiempo muerto, sin avances ni retrocesos, sin compromiso, con comodidad de tenerte en el primer cajón de la derecha y a mí no me interesa.  Me quiero demasiado como para encogerme a ese nivel. Aspiro a alguien que sepa lo que quiere y si no lo sabe, yo no voy a ayudarle a encontrarlo ni a convencerle de que ese algo y alguien soy yo o de que puedo ser yo. No es mi labor vital convencer a alguien de por qué debe quererme o preferirme a mí antes que a otra. Si no lo tiene claro es cosa suya, digo que es cosa suya porque yo sé quién soy y no necesito reforzar mi identidad ni mi amor propio con la creencia de él en mí como pareja. Quiero una relación que fluya, no quiero vivir ni interpretar una obra de teatro para conseguir el aplauso de él. No quiero ninguna relación donde la relación misma dependa de lo que yo diga o haga porque en ese caso no me estaré relacionando en pareja, me estaré relacionando sólo conmigo pero teniendo a alguien al lado y esa, para mí, es la peor soledad que he vivido.




sábado, 20 de abril de 2013

Las mujeres que aman demasiado

     Cuenta la leyenda que hace muchos, muchos años pasé por un trance muy difícil a causa de lo explicado en el post: Ni olvido ni me perdono



No puedo decir que tuviera una depresión porque no me traté psicológicamente y, por tanto, no fui diagnosticada. Pero nunca me he sentido tan desconectada de mí misma, tan perdida... Ni siquiera con la muerte de mi padre. Yo creo que si no lo fue, se le acercaba mucho.



          Las consecuencias de mi gran “leyenda de pasión” fueron devastadoras física y emocionalmente. Ya durante mi relación-tormento padecía episodios de ansiedad, pero yo era muy joven y no le di ninguna clase de importancia “mi novio bien, yo bien, él me necesita yo no puedo estar mal”. Fui al médico y me dió pastillas para los nervios. Además, él me absorbía tanto -y yo me dejaba tan gustosa- que no me prestaba ninguna atención a mí misma, lo nuestro me engulló de tal forma -y yo lo consentí- que yo no me miré a mí misma en ningún sentido hasta transcurrido un año de nuestra ruptura.





       Cuando acabó esa historia y hallándome en las circunstancias más miserables y lamentables que nunca me haya encontrado física y emocionalmente, una profesora del instituto preocupada por mí y mi salud, me habló del libro “las mujeres que aman demasiado”, pero yo tenía un novio con muchos problemas al que cuidar, atender y proteger así que pasé del libro, si él dejaba las drogas, el alcohol, el juego y decidía hacer una terapia por la pérdida de su madre y por sus propios intentos de suicidio y por toda su ira y tristeza acumuladas todo iría bien, ni libros ni chorradas.-Pensaba yo-. Yo le ayudaré y todo irá bien. ¡Libritos a mí...!-Pensaba yo.



      Resultado de mi gran amor: no tenía ganas de vivir, no tenía ganas de nada, me despertaba y lloraba porque deseaba estar muerta porque él ya no quería estar conmigo y estaba con setecientas, iba de clase a casa a llorar sin fuerzas para ello debido a los potentes ansiolíticos que tomaba, estuve un año tomando ansiolíticos por prescripción médica, en aislamiento voluntario absoluto porque me daba vergüenza que la gente me viera, no salía de casa porque mis 23 kilos de más y yo no éramos dignos de salir a la calle, sentía asco de mí y de mi cuerpo. Ese año, sólo salí dos veces (si no era para ir a clase) más allá de dos manzanas de mi casa y le vi a él con su novia; felices de la mano mirando un escaparate, tuve un ataque de agorafobia o de ansiedad en plena calle, tuve que taparme la cara con un foulard, sentía que todo el mundo me miraba, no podía respirar ni dejar de llorar. Llamé a una amiga, pero no era capaz de vocalizar con claridad, llegué caminando como pude a su casa. Me tomé mis pastillas. Ella me dijo: "es normal lo que te pasa, se te pasará con el tiempo..." 

La otra única vez que salí más allá de los límites de seguridad de las dos manzanas de mi casa y obligada, fui al cine, ellos estaban allí iban al cine también, él le llevaba las palomitas, a mí nunca me llevó al cine porque no tenía dinero, se lo gastaba en drogas, yo me desmayé, mi mejor amiga me pegó un tortazo para hacerme reaccionar y me sacó del edificio... Tuve otro ataque y por eso evitaba salir a toda costa. Aprendí que no debía salir porque les vería juntos.-Como Juana sin Felipe.

    Si alguna compañera de la universidad -(fue mi primer año)- me saludaba estableciendo contacto físico poniéndome una mano en el brazo o con un “hola guapa” tenía ganas de llorar, creía que se burlaba de mí porque yo era un monstruo, yo no me sentía bien física ni emocionalmente, mi cuerpo no era mío y estaba destrozada anímicamente. “Si mi mejor amiga se ha acostado con mi novio en navidades, las desconocidas ¿qué me harán? No debo tener amigas”. Me quedé sin el grupo de amigos de entonces porque me abandonaron y porque él me puso los cuernos (entre muchas) con mi mejor amiga, (esas cosas que parecen tan importantes cuando eres joven). Ese mismo año se me cayó también el pelo a raudales, supongo que por estrés, ya que con 23 kilos de más, no se puede decir que fuera por desnutrición. -Prefiero contarlo con mi personal toque de humor, quiénes me conocen ya saben que es mi defensa cuando algo me duele demasiado-. Pero aun así, yo sólo contemplaba como solución volver con él y seguía preocupándome por cómo estaría él, ahora que yo no me ocupaba de su vida. -Pero me seguía preocupando.



Nunca mi cuerpo ni yo hemos vuelto a ser los mismos, pero yo no creía tener ningún problema. La gente rompe y la gente sufre por amor. Todo lo que sufría era normal.-Pensaba yo.



Desde aquello, a menudo me preguntaba con el paso de los años y sin respuesta:

¿Por qué todos me ponen los cuernos? ¿por qué todos se van con otra y me sustituyen en seguida? ¿por qué todo empieza tan rápido y magnífico y de repente empiezan a pasar de mí de la noche a la mañana?, ¿es casualidad que todas mis parejas sean huérfanos de padre o madre?, ¿por qué si todos ellos son tan diferentes física e intelectualmente acaban siempre igual mis historias?, ¿por qué me sustituyen en seguida por otra y nunca más vuelvo a saber de su existencia como si yo no hubiera sido nadie ni nada importante en sus vidas?, ¿por qué si yo no soy así, todos han sido adictos a algo: drogas, alcohol, juego o todo a la vez?



¿Por qué proviniendo yo de una familia normal y estructurada, de un barrio normal, he consentido situaciones de claro maltrato psicológico con plena sensación de normalidad de lo que yo vivía?



¿Por qué yo sólo tenía sensación de ser feliz cuando tenía pareja o estaba con alguien? y ¿por qué no me gustaba en absoluto, o era peor para mí y mi “bienestar” personal, estar sola?



      Muchos años después, un 28 de enero, a la cuarta vez que me rompí todos los huesos emocionalmente contra el suelo por amar demasiado, llorando, ahogándome, un poco ebria, con el rímmel esparcido por la cara pareciendo así Miko el mapache amigo de Pocahontas... -(Pues César, el último por el que amé demasiado, estaba con otra. Era la historia de mi vida, otra vez: cuernos o sustitución rápida). Aunque yo hasta una semana después de haber terminado “lo que tuvimos” (por llamarlo algo), no supe que otra ya ocupaba mi sitio. Pero pronto lo vi, día 25, a la semana de haber terminado “lo nuestro” me la presentó como una amiga de toda la vida, -pero yo en dos años no supe de su existencia ni de su nombre-. Post presentación incómoda y humillante para ambas dos chicas; yo, como la desechada y ella la pujante, y siendo master class yo, en ser sustituida; vi como se comportaba él con ella en mi cara y las evidentes intenciones de ella. Como decía Zazú en el Rey León ellos eran “semillas de romance floreciendo en la Sabana” y yo me sentí como la perfecta idiota a la que le han vendido un concesionario de motos robadas y en mal estado.


Resultado: retirada “honrosa” mientras dos amigas me sostenían -literalmente- yo no podía respirar, tenerme en pie, ni dejar de llorar, era demasiado insólito para ser verdad, otra vez no. Yo repetía mis mantras típicos de cada vez que yo era abandonada o sustituida, los adaptaba a las nuevas circunstancias de tiempo y de lugar, esta vez el mantra era devastador; de los creadores de Juana la Loca, Julieta la loca



“¡Soy una desgraciada!, ¡mi padre ha muerto, César me engaña!, me dice que echa de menos a su ex y YA se pasea con otra. Esto era la única ilusión que yo tenía en mi vida, nada me sale bien. Nunca podré estar con nadie, nadie me va a querer nunca, no sé ni por qué lo intento. Yo ya no quería intentarlo con él ni siquiera porque lo he pasado fatal y otra vez igual. Él sabe lo mal que estoy y me ha presentado a la otra ¿por qué?, ¿por qué siempre lo he de pasar mal yo con lo bien que me porto con ellos? Echa de menos a su ex y me cambia a la semana por otra, no me lo creo. Todo era mentira, se lo dije; “piénsalo bien si quieres algo conmigo, que yo no quiero tonterías, quiero algo serio”. Y me ha mentido todo este tiempo, ¿qué voy a hacer ahora?, ¿cómo voy a salir de esto? No puedo más, no sé donde aferrarme. Todo me pasa a mí. Es que nada me sale bien nunca, no sé como salir de todo esto, además de lo de mi padre, esto que me aportaba un poco de ilusión... Era una mentira y me lo he creído todo porque soy imbécil...”



        Tras narrar esta regresión a mi estado de enajenación mental transitoria, un 28 de enero, llorando como una niña abandonada -y no utilizo el término niña por casualidad-. Dije en voz alta a mi hermana y mi mejor amiga.

“¡Basta! No quiero, ni puedo por salud mental volver a pasar por esto. ¡Basta! Quiero ponerme bien, no sé que me pasa pero no estoy bien, quiero dejar de necesitar un novio para estar bien. Sé que lo pasaré mal porque ahora que mi padre no está necesito más una figura masculina a mi lado, un chico que me ilusione y me proponga hacer cosas... Pero basta, quiero estar bien sola. Sólo quiero eso. Estar bien sola. No quiero volver a sentirme feliz por algo tan ridículo como una llamada o un cine, quiero estar bien yo y no necesitar que eso pase para ser feliz de verdad. No sé como, pero lo haré. Nunca más quiero volver a caer en una historia así, ni estar así. No puedo más. Siempre es lo mismo. Estaré sola y me inseminaré artificialmente para tener hijos a la edad que quiera tenerlos, me da mucha pena que nadie me vaya a querer nunca pero ya lo he aprendido. Se acabó. Ninguno me quiere, quieren reírse de mí, que se rían de su madre. ¡Basta!”


        Después de aquello, a los pocos días, como un alma errante, entré en una librería y me acordé del libro “las mujeres que aman demasiado”... No podía dejar de leerlo, había momentos en que me enfadaba profundamente con el libro y lo cerraba, pero sólo lo hacía porque el libro tenía toda la razón. Era casi autobiográfico, a nadie le gusta mirarse a sí mismo, ese libro me obligó a mirarme y a verme y no me gustó nada lo que vi, pero no exagero cuando digo que me salvó la vida, porque yo decidí hacer un gran trabajo y esfuerzo personal y lo estoy haciendo.



       Encontré muchas respuestas a aquellas preguntas que me hacía entre una ruptura y la próxima relación -(o condenación, más bien)-. Pero hasta que no toqué fondo de verdad, no me di cuenta de que no era casualidad ni “haber tenido mala suerte” -como todo el mundo nos dice a las mujeres que somos adictas (o hemos sido, en mi caso) a amar así-, que yo repitiera perfiles de hombres, ni mis conductas con ellos. Todo tenía sentido y no era nada bonito verlo, ni fácil, pero era la única manera de ponerme bien y estaba dispuesta a todo lo que fuera necesario con tal de no volver a sentirme así jamás.

      Resulta irónico que del peor momento de mi vida surgiera lo mejor, la mejor decisión que he tomado nunca. La toma de conciencia de un grave problema que condicionaba todos los aspectos de mi vida y la voluntad de ponerle remedio a cualquier precio. Pese a que las circunstancias de mi entorno no eran en absoluto favorecedoras, dije basta y aunque sea de una vanidad muy fea decirlo, es algo de lo que no puedo sentirme más orgullosa.



Un 18 de febrero, un mes después del fin de mi historia con César y de comérmelo con patatas a él y a su amante morreándose como adolescentes cada día debajo de mi casa, me dejé caer en el sofá de mi gran psicoterapeuta Ascensión Belart. Sin la cual digo muy sinceramente que no sé qué habría sido de mí, pero nada bueno seguro. Sin ella nunca habría logrado nada en cuanto a mi recuperación ni a la toma de conciencia de mi problema de adicción a esa forma de “amar”. Sé que ella como es muy profesional me dirá que el trabajo ha sido mío, pero tan importante es la voluntad del paciente como la calidad y la profesionalidad de la ayuda que éste (es decir yo) recibe.





Me encanta poder compartir este proceso en el que estoy con mujeres que se encuentran en situaciones similares, en relaciones de inferior toxicidad, o peores situaciones que las que yo pasé. En relación a esto, a menudo, amigas, o conocidas, o seguidoras del blog me preguntan ¿a qué te refieres con “mujeres que aman demasiado”?, ¿qué es una pareja tóxica? Sin saber nada a nivel profesional, he escrito algo -muy atrevidamente- sobre ello, pero Robin Norwood, psicoterapeuta américana, creadora de este best seller que me ha hecho una gran compañía y me ha salvado la vida, define en el magistral prólogo de su libro qué es amar demasiado y cuando amamos demasiado. Aviso de que puede molestar ferozmente leer lo que viene a continuación porque la mayoría de mujeres lo tenemos integrado como normal y natural en nuestras vidas. Humildemente os digo que yo lloré muchísimo porque me reconocí en todo cuanto ella escribió. A las que estéis dispuestas a este proceso, no tengáis miedo, enfrentaos. Se puede superar, este problema. -Espero...


Prólogo de "las mujeres que aman demasiado" autora: Robin Norwood.





Cuando estar enamorada significa sufrir, estamos amando demasiado.

Cuando la mayoría de nuestras conversaciones con amigas íntimas son acerca de él, de sus problemas, sus ideas, sus sentimientos, y cuando casi todas nuestras frases comienzan con “él”...estamos amando demasiado.

Cuando disculpamos su mal humor, su mal carácter, su indiferencia o sus desaires como problemas debidos a una niñez infeliz y tratamos de convertirnos en su psicoterapeuta, estamos amando demasiado.

Cuando leemos un libro de autoayuda y subrayamos todos los pasajes que lo ayudarán a él, estamos amando demasiado.

Cuando no nos gustan muchas de sus conductas, valores y características básicas, pero las soportamos en la idea de que, si tan solo fuéramos lo suficientemente atractivas y cariñosas, él querría cambiar por nosotras, estamos amando demasiado.

Cuando nuestra relación perjudica nuestro bienestar emocional, e incluso, quizá, nuestra salud e integridad física, sin duda, estamos amando demasiado.

martes, 16 de abril de 2013

Música y pintura



Interprétame como a una nueva partitura,
entre tanto quiero ser lienzo de lino
y que me pintes con las manos.
Inventa colores para emociones nuevas,
rásgame como a una guitarra española en una habitación oscura, a tientas.
Pégame a tu cuello con la destreza de un violinista experto.
Acaríciame como a las teclas de un piano
y crea miles de besos sostenidos.
Bésame como a boquilla de saxofón y haz música en mi cuerpo,
mi corazón será el xilófono y tus ojos las baquetas.
Dibújame paisajes abstractos y, si te quedan,
colóreame sueños definidos,
que los míos andan muy lejos, seguro perdidos.
Trázame deseos conseguidos.
Házmelo todo, que quiero componer, contigo,
conciertos de latidos, de besos y gemidos.

domingo, 14 de abril de 2013

Domingo por la tarde

Los domingos, desde que cae la tarde hasta que me duermo, es mi momento preferido para añorarte. Es cuando más pienso en lo mucho que echo de menos el cobijo de tus abrazos y tus prólogos sobre cine clásico que más bien eran monólogos.
Añoro pasear de la mano o del brazo y los pensamientos que seguro tenían los viandantes sobre si seríamos felices o cuanto llevábamos juntos.
Echo mucho de menos la indefensión que sentía cuando me alzabas en volandas y viendo el mundo desde tan alto pensaba en el golpe contra el suelo que iba a darme.
También añoro dormirme en tu sofá, al calor de un radiador que me arroparas dormida y despertarme con tu mascota caminando sobre mí.
Echo de menos no dormir contigo, tus ronquidos y el olor de tus cigarros de madrugada.
Mi añoranza favorita era despertarme en el magnífico aprisionamiento de tu cuerpo al desnudo abrazándome.
Echo de menos el tópico vestir tu ropa por las mañanas. Añoro poder elegir entre magdalenas o tostadas. Tu sonrisa dormida de primero y tu boca de segundo tras segundo.
Añoro cuando nuestra pasión declaraba la guerra y nuestras bocas la llevaban a cabo contra el cuerpo del otro.
Añoro tener un cepillo de dientes que comparte baño con las cosas del fantasma de tu ex novia.
Añoro la forma en que me creí que "eras tú el príncipe azul que yo soñé..."
Añoro todo lo que nunca he tenido ni tuve y eso es imposible, así que no añoro nada supongo, pero qué ausencia tan bien creada.

Por todo esto, nunca me creo las cosas que me digo los domingos al atardecer, ni ninguna de las que me repito por las noches.

sábado, 13 de abril de 2013

El tabaco mató a mi padre

“Cada vez sube más esta mierda del tabaco. No entienden que estamos en crisis, que no se puede pagar casi 5 euros por una cajetilla, es que ha subido hasta el tabaco de liar”.



-Buenas una cajetilla de tabaco.

-¿Cómo lo va a pagar?

-Con la graduación de mi hija.



-Buenas un cartón de tabaco.

-¿Cómo lo va a pagar?

-Con la boda de mi hija y llevarla al altar del brazo.

-Lo siento ayer subió el precio. Le costará también el primer baile nupcial.

-Bueno... ¡Qué caro se está poniendo esto!, póngamelo igualmente.



-Muy buenos días. Me llevaré dos cajetillas de rubio, una de mentolados y dos mecheros.

-¿Cómo lo va a pagar?

-Con el nacimiento de mi primer nieto.

-Lo siento señor no le llega. Le faltan sus primeros pasos, los cuentos para dormir del fin de semana y me temo que llevarle al parque con su esposa.



-Perdone, ¿tiene cambio de mi jubilación para la máquina de tabaco? Es que le he metido el primer viaje de jubilado con mi esposa, pero no lo acepta la máquina y he rascado...

-Es que ha subido. Necesita, también sus ilusiones de pasar medio año en la casa de su infancia del pueblo y medio año en la ciudad de sus hijas para estar con todos los nietos.

-Ya decía yo, que era raro que no lo cogiera la máquina.



-He comprado dos cartones para el viaje, fuera de España el tabaco es imposible de pagar.

-¿Qué te debo?

-Que tu mujer y tus hijas lloren frente a una cama de hospital sin consuelo ni esperanza, que te necesiten cada día. Que tu hija pequeña tenga que ir a un funeral con lo que le duelen esas cosas.

-Cada vez que sube, me planteo dejarlo... Pero ahora que me voy de viaje...

-Bueno, de algo hay que morir, a mí el tabaco no me afecta. Nunca he tenido tos por las mañanas ni me ahogo al hacer deporte. Yo creo que exageran mucho con todo esto del tabaco ¿me voy a morir por un cigarro después de comer? ¡qué tontería! Puedo morir atropellado cruzando la calle...







Podemos poner cuantas excusas queramos pero el tabaco mata. Hay que morir de algo, pero no creo que a nadie le guste morir ahogándose.



Es una manera de hacer colección de posibles cánceres de: lengua, laringe, faringe, garganta, esófago, estómago, pulmón, piel, hígado y páncreas.

Multiplica por dos las posibilidades de sufrir enfermedades coronarias, puedes morir de un infarto a los 30 por el placer de fumar. Y la vida no es el Super Mario, no hay setas que den vidas de repuesto, sólo hay una y puedes perderla para siempre por algo tan simple como fumar. A priori no parece muy inteligente.

Produce acné, es malo para los ojos, los dientes se amarillean o se ponen grises. Causa mal aliento, la ropa apesta a cenicero y la piel también.

Si se fuma una media de una cajetilla por día, o dos el fin de semana, resultan de media unos 140€ al mes, eso es mucho dinero.



Definitivamente sí que es caro el tabaco, valorando que lo pagas con tu vida y con el dolor de la gente que te quiere y que ya no te tendrá nunca más. Es condenadamente caro.

miércoles, 10 de abril de 2013

Ni olvido ni me perdono

     Hace un tiempo que vengo pensando en por qué me paso el día en guerra contra amistades o conocidxs (especialmente amistades). Bueno, resulta que estamos en época de apareamiento de las especies (no confundir con emparejamiento) y la humana resulta bastante complicada. La gente empieza con alguien, vuelve con alguien, se agarra a alguien para superar haber perdido a otro alguien... Y para bien y mal me entero, me lo cuentan, o hasta se me pide consejo como si yo supiera algo... Por cierto, no hace ni falta que diga que se me pide consejo sólo para repetir los mismos errores de siempre y pasar completamente de lo que yo diga. Hacen bien en tomar sus propias decisiones pero ¿para qué marearme?



      Me siento muy orgullosa de llevar más de un año rehabilitándome de mi dependencia patológica, adicción a parejas tóxicas y a relaciones destructivas mientras que a la vez me he zambullido de pleno en las amarguras del duelo. Me siento muy sola por la poca comprensión que tiene mi camino, especialmente por lo complicado que es este proceso por sí sólo y con los condicionantes de la edad que tengo y el mundo que me rodea. Podría añadir muchas cosas más pero intentaré no irme por las ramas como suelo hacer...



          Alguien que sabe mucho más que yo de todo me dijo algo que yo sospechaba pero que mi orgullo, aunque lo sabía, no lo quería escuchar “cuando señalas con un dedo acusador de tu mano a alguien calificándolo de ser un/una (lo que sea) hay tres dedos de tu propia mano acusadora que te acusan y señalan a ti directamente”.



No tengo ninguna cruzada contra nadie más que contra mí porque no me perdono, pero eso es muy difícil de asumir por cierto que sea, ya que enfadarme conmigo es muy complicado, o por lo menos, más difícil que señalar a lxs demás.



Durante este camino, nada fácil por cierto, se experimentan muchas emociones. En más de una ocasión he temido que me devoraran. Nunca sabes que va a pasarte en el camino, aunque ahora siento que cada vez tengo más control sobre ellas. Recuerdo que a veces me sentía mejor, pero después la misma tarde: la ansiedad, las manos temblorosas, el estómago, la enorme intereferencia de “sólo has tenido mala suerte, con otro te irá bien, te lo dice todo el mundo, tú sola no puedes con todo”, mi parte deseosa de recuperarse gritando “¡NOOOO!, otra vez no, es mejor seguir así”. Cuánto mejor estoy más se repite una de esas emociones, suena con más fuerza. Vergüenza. Cuánta más conciencia adquiero de todo lo que me he dejado hacer, de todo el daño que he consentido que se me infligiera por mi adicción más vergüenza siento.



-Seguro que no es para tanto...-Suelen decirme.

-Tuve el síndrome del elfo doméstico, fui como Dobby.-Suelo decir.



Cuenta la leyenda, que hace muchos, muchos años, me dejé gritar, luego me dejé anular. Me dejé humillar. Hay parejas que se llaman “amor, cari, vida cielo” a él le iban más dos apelativos que por supuesto yo consentí para dirigirse a mí; “no sabes ni...”, “no sirves ni para...” así se dirigía él a mí. Ya que estaba me dejé insultar; yo, que ya ni me maquillaba para que nadie me mirara, por supuesto era una “puta”, una “guarra” y una “zorra”-según él decía no pocas veces.

Me dejé convencer de que yo era tonta, consentí ver pasar las mañanas en el bar del instituto sin ir a un exámen porque yo ya era tonta e iba a suspender pero había estado explicando la materia a dos amigas toda la mañana. Me dejé convencer de que nunca lograría nada, dejé que me dijera cosas como “tus notas son porque les haces favores a los profesores, no sé como alguien tan imbécil puede sacar tus notas”.

Luego, para darle más color a mi vida dejé de reírme en público porque a él le daba vergüenza mi risa, no fue un problema, cada vez tenía menos ganas... Dejé de salir si no era con él, no era un problema, tampoco me apetecía ya ir a ninguna parte. Entonces fue un gran momento para consentir la primera infidelidad. Pero perdoné ¿qué iba a hacer sin él? ¿estar sola? Enseguida me dejé encerrar casi una hora dentro del baño de su casa, él me estaba castigando por ser tan “retrasada” como para no saber salir por mí misma y decidió darme esa bonita lección. Realmente él había cerrado por fuera, supongo que cuando se cansó de oírme llorar y gritar, decidió que yo ya podía salir.

-Lo siento, pero es que tienes que aprender... Te estoy haciendo un favor ¿qué habrías hecho si yo no hubiera estado aquí para abrirte la puerta?

-Quiero irme a mi casa...

-¿Qué habrías hecho?

-No lo sé... Quiero irme a mi casa.

-¿¡NO LO SABES?! Te hubieras quedado llorando y gritando todo el puto día en el baño como la puta retrasada que eres y nadie te hubiera oído. Si yo no hubiera estado aquí para “salvarte” te habrías quedado... ¿Qué? ¿llorando? Eres una puta niñata, no sabes ni abrir una puerta que has abierto mil veces.

-Has cerrado por fuera... Lo he oído.

-Eso no es una excusa, ven, abre la puerta.

-No quiero, quiero irme a casa.

-¡Abre la puta puerta! ¿Ves cómo no era tan difícil? ¿Crees que podrás recordar cómo se hace o vas a seguir siendo igual de subnormal?

-Me voy.

-No te vayas... Por favor.

-Me voy.

-Julieta no te vayas anda, ya está hablado mujer, ya lo hemos arreglado. Todo esto lo hago por tu propio bien... Es que veo que no sabes hacer nada y no me atrevo a dejarte sola en casa. Yo no soy así, eres tú que me obligas siendo tan infantil, con tu actitud sacas lo peor de mí, pero también lo mejor. Tienes que intentar ser más madura. ¿Tú ves que yo haga las tonterías que tú haces? No, porque estoy espabilado y tú tienes que espabilar. Tú sabes que yo no soy así, es que estoy muy agobiado, no tengo dinero, no soporto a mi padre, no tengo madre, intenta no darme la brasa... Intenta hacérmelo todo más fácil y nos irá bien, tú sabes que yo te quiero mucho.

Por supuesto le perdoné.



Diré que lo hice porque estaba muy enamorada para hacer uso del idioma actual. En el mío diría otra palabra bastante más estigmatizada.



     En un parpadeo llegaron las navidades, consentí la peor infidelidad que he soportado; con mi mejor amiga. Consentí seguir llamándole para volver, para hablar, para ser amigos... Consentí que él me culpabilizara por haberme sido infiel, consentí escucharle decir “es que tú me la has metido en la cabeza, no debiste presentármela, ni hablarme tanto de ella. Me gustan demasiado las tías, pero todo esto se ha terminado, quiero que estemos bien, de verdad, te quiero muchísimo”. Pero todo esto era poco para el gran amor que yo sentía así que perdoné y volví, consentí escuchar sus excusas y mentiras y volví a por más amor del que él me daba.

En este amor tan fantástico, un día, -creo que soleado, (perdón es más fácil escribirlo así mientras lloro tranquilamente)-, él lanzó un puñetazo hacia mi cara, con suerte tuve reflejos, sigo queriendo ser buena y pensar que iba hacia la puerta el puñetazo y no hacia mí, le sangraron los nudillos. Fue culpa mía porque no sabía abrir la puerta, él abría esa puerta siempre de forma que yo me asustara y yo lo consentía. Consentí curarle los nudillos, me sentía culpable, yo ya era una inútil, si al menos servía para curarle me sentía menos mal conmigo misma y tal vez no volvería a serme infiel.

Al poco iba yo de inútil por la vida y él estaba aburrido, decidió calentar un mechero manteniéndolo encendido mientras yo dormía y quemarme de broma en el brazo, (la broma es una cicatriz en forma de clipper que aun tengo de recuerdo). Yo le perdoné porque era una broma, las bromas no hay ni que perdonarlas. Lloré mucho por mi quemadura, se me levantó la piel al momento, me desperté por la quemadura y chillando, pero le quería tanto...

Luego hubo un diluvio de infidelidades porque los sapos y las langostas ya fueron en Egipto, no pude llevar la cuenta, intentándolo perdí; peso, salud, se me cayó el pelo, casi me hacen socia de Marlboro, perdí ¿dignidad? -bueno, ya no me quedaba- y lo último que hizo por mí fue muy espectacular.

Yo ya le tenía miedo cuando se enfadaba, consentí dejarme asustar gradualmente. Cuando estaba asustada no hacía las cosas bien. Mi error a sus ojos fue colocar mal dentro del sillín, el casco semi-integral que yo llevaba cuando íbamos en moto. Lo coloqué mal porque consentí llegar temblando de miedo al sitio donde íbamos, él estaba enfadado conmigo, muy enfadado. Cerró el sillín, rebotó por mi error, mi casco mal colocado. Acto seguido algo iba a gran velocidad hacia mi cara y se estrelló contra el suelo, sonó a roto y golpe fuerte. Lo comprendí, muy bien, quería hacerme daño, quiso tirármelo a la cara, me habría hecho mucho daño consentí preguntarme a mí misma si me lo merecía por ser tan inútil. Consentí, no saber si alegrarme porque el casco no me había golpeado la cara, consentí no saber si lo merecía, él estaba tan enfadado y yo tan confundida y tan enamorada... Consentí quedarme quieta, no tenía fuerzas ni para llorar, toda la terraza del bar nos observaba en silencio. Consentí que dos familias y una pareja observaran como se me humillaba en la calle. Consentí llorar sin tener ni fuerza, sólo se me caían las lágrimas, lloré tanto en esa época que a veces quería y ni podía.

-¡Además de una puta zorra es que eres una puta inútil!, no sé porque te llevo a ninguna parte y no te pongas a llorar ¿eh? Me cago en tu puta vida, he roto el casco por tu culpa, no te soporto, no quiero verte en un rato, desaparece. ¿Cómo eres tan gilipollas? ¿Lo haces aposta?

Consentí, no moverme, consentí calmar a la Bestia, al fin y al cabo, era mi cuento preferido. La Bestia acabaría siendo un príncipe si yo le seguía queriendo, yo debía hacerlo mejor.

-Aquí no, por favor, nos está mirando todo el mundo, no quiero que te digan nada, vámonos a casa y lo hablamos...

-¡Me importa una mierda tú y la gente!, pero sobretodo tú. ¡Que se entere todo el mundo de que eres una puta zorra inútil! ¡Que se entere todo el mundo de que eres tan gilipollas que no sabes ni colocar un casco! No vales ni para eso, no sé como puedes vivir siendo tan puta y tan subnormal.





    Debo perdonarme porque intuyo que sino nunca tendré paz. Precisamente porque lo he consentido todo no consiento cuando alguien que me importa viene a contarme una vez tras otra cómo pierde su dignidad en nombre de un gran amor o de no saber estar sola. Básicamente porque no deseo que un día tengan que darse cuenta del daño que han consentido que se les hiciera. Precisamente porque he sido muy patética y ridícula soportando lo que fuera por no estar sola, reacciono muy mal ante comportamientos parecidos. Me saltan las alarmas, me siento alerta, veo la amenzaza y la pared contra la que van porque yo he ido.



    No deseo para nadie la vergüenza, ni el ridículo que estoy experimentando a medida que me siento mejor. Es un lastre de años, no es una manchita o dos. No es nada fácil limpiar -con perdón- tanta mierda acumulada durante años.