sábado, 6 de diciembre de 2014

Como los árboles

He tenido la fortuna de llegar a la vida por un hombre que tenía integrados en sí al hombre y la mujer. Un hombre que sabía dónde estaba su corazón y emanar tanta luz de él que alumbraba las vidas de cuántos le conocieron.
He sido muy afortunada de aprender a decir "papá" bajo el atento amor de su mirada y todas las palabras que conozco.
Me regaló mi primer libro a los cuatro años y el amor por la lectura.
Escuchó mi primera redacción de dos hojas, leída a viva voz a los seis años.
Me enseñó que no pasaba nada por aprender algunas cosas más despacio que el resto, por ejemplo que mi hermana pequeña, la cual aprendió a ir sin pañal y a atarse los zapatos antes que yo. La paciencia es el mayor acto de amor para con uno mismo y esa fue sólo una de las grandes lecciones que me dejó mi maestro, mi padre.
Me apoyaba en mi amor por la escritura, mirándome mientras escribía, como lo hace ahora.
Me protegió de la muerte de la madre de Bambi y se la inventó escondida tras unos matorrales.
Me cuidó en todos mis ataques asmáticos y enfermrdades porque tuve un padre muy madre que me llevaba en brazos de madrugada a urgencias acariciándome los cabellos.
Me miraba mientras trepaba a los árboles y por las cuerdas de los parques porque sabía que me habría de caer y me dejaba hacerlo para curarme luego.
Me puso y me quitó las ruedas de la bicicleta y después las del coche que me regaló por generosidad.
Me llevaba de la mano a todos los recados y me hacía participar en su vida.
Me amaba, más que nunca cuando erraba porque eso es lo que hace un buen padre.
De mayor me consentía en todas las cosas que podía desear una chica.
Le hablaba a mi vehemencia y visceralidad cuando fui adolescente.
Me tejía bufandas de lana con nudos de macramé y también el corazón todas las veces que me lo rompieron con palabras muy ciertas. "Nunca te olvides de que: ningún hombre merece tus lágrimas, ni siquiera tu padre el día en que se muera".
Me contagió su sentido del humor y un lunar sobre el labio.
Me enseñó a confiar en mí y aún lo aprendo. Me dio su coche sabiendo que habría de causarle algún daño por inexperiencia. "¿Se arregla con dinero Nemesia? Pues no llores".
Nunca juzgó mis errores sólo se mantenía más cerca cuando los cometía.
Me enseñó a cocinar y a ser valiente.
Me enseñó a amar, a cuidar y a proteger. A curarme las heridas, a secarme las lágrimas.
Me hizo ver lo que es un hombre de verdad pero yo siempre he amado a caballeros de armadura oxidada.
Me demostró que hay hombres buenos que saben lo que son las grandes cosas de la vida: el amor, la familia, la valentía, la lealtad, la fidelidad, la palabra y el honor.
Su última lección fue la más dura pero la más importante tal vez. Su valentía y él me mostraron qué es un hombre que sabe que lo es y no necesita demostrarlo todo el tiempo. Me enseñó por amor lo que era morir de pie como lo hacen los árboles.

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