viernes, 29 de mayo de 2015

Vuelve

1 Pensarme y quererme antes de ser.
2. Darme la vida.
3. Sacarme mi primera foto, a las dos horas de vida con los ojos muy abiertos al mundo y quererme mucho.
4. Darme el nombre de tu madre.
5. Encender la calefacción cuatro horas antes de que llegara a casa porque en febrero hace mucho frío.
6. Llorar de emoción al llevarme a casa por si no sabrías ser un buen padre y cuidarme bien, hay que ser muy humilde para eso.
7. Pedir ayuda para darme mi primer baño tu solo por si me hacías daño porque yo era pequeña.
8. Dar sentido a la palabra “papá”.
9. Recordar mis primeras palabras “tomate-pimiento-pepino”.
10. Darme una hermiga para la vida.
11. Darme siempre la mejor educación, comida y vestido que estaba a tu alcance.
12. Obligarme a devolver aquella cajita de música que “tomé prestada” en la escuela y pedir perdón por ello a la maestra.
13. Comprarme un vestido de flores verdes con cuatro faldones y unos zapatos de charol para mi primer día de preescolar.
14. Enseñarme a perdonar a las niñas que me trataron mal mi primer día de escuela y a convertirlas en mis amigas.
15. Comprarme mi primer libro y mostrarme que me gustaba leer.
16. Mirarme durante todas las lecciones de natación y saludarme siempre desde la ventana que miraban los padres como si fuera la cosa más fascinante del mundo.
17. Aprender a hacerme una coleta “de cebolla” inventada por ti.
18. Enseñarme que no era una deshonra aprender a atarme los zapatos después que mi hermana.
19. Enseñarme a cocinar y darme tu compañía y tu mano siempre.
20. Mostrar mi primera redacción de cuatro páginas que escribí en Primaria a todos tus compañeros de trabajo lleno de orgullo paternal.
21. Creer en mí.
22. Cuidarme siempre que estaba enferma.
23. No quejarte nunca de todas las madrugadas que me llevabas en volandas al hospital cuando me daba el asma y tenías que ir a dar clase sin haber pegado ojo.
24. Llevarme a parques nuevos y diferentes porque me iba a divertir mucho.
25. No cansarte de mirarme trepar por las cuerdas 732387467384 veces, como si fueran todas la primera vez.
26. Enseñarme a compartir mis cosas con mis compañeros de escuela.
27. Enseñarme a ayudar a los demás.
28. Enseñarme a cuidar y querer a los animales.
29. Enseñarme que las personas que me insultaban en el colegio y se metían conmigo llamándome “gorda” , “pies planos” y “cuatro ojos” no eran importantes y que todo eso desaparecería cuando fuera mayor.
30. Repetirme muchas veces que el día que alguien me quisiera de verdad lo haría por encima de mi aspecto y que eso era el amor de verdad.
31. Llorar conmigo cuando me rompieron el corazón.
32. Darme todo lo que deseaba cada Navidad y más por si acaso.
33. Robar una muñeca “compi disco” en navidades del carrito de una señora porque ella llevaba tres y querías darme una.
34. Inventarte historias fantásticas y creíbles sobre Papá Noel y los Reyes Magos.
35. Enseñarme sobre arquitectura, escultura y pintura en todos nuestros viajes.
36. Montar conmigo en el Space Mountain de disneyland París fingiendo más coraje del que sentías.
37. Enseñarme constelaciones mientras me acariciabas el pelo.
38. Hacerme con tus manos mi primer columpio, usando una tabla de madera y unas cuerdas.
39. Enseñarme a ir sin ruedecitas en bici y una valiosa lección cuando me caí porque no supe frenar. “Ahora ya no volverá a pasarte”.
40. Enseñarme a ser fuerte por mi hermana cuando mi madre estaba enferma.
41. Respetar a mi novio aunque no te gustara nada.
42. Concederme todos los caprichos a cambio de mis buenas notas. Las recompensas, vienen del esfuerzo.
43. Respetar y alimentar mi sueño de ser abogada y escritora.
44. Estar orgulloso de mí siempre, pese a mis errores.
45. Preparar cenas para cuando venían mis amigas a casa y ser amable con ellas.
46. Mandarme mensajes bonitos todos mis cumpleaños.
47. Enseñarme a querer y a cuidar de los demás.
48. Enseñarme a responder con mordacidad si era necesario.
49. Bailar conmigo en todas las bodas.
50. Darme lecciones de vida como que “no hay mayor desprecio que no hacer aprecio”, “los hombres como los kleenex, usar y tirar”.
51. Enseñarme que amar de verdad significa dejar ir a esa persona si va a ser más feliz así, independientemente del daño que eso cause.
52. Repetirme toda mi adolescencia “ningún hombre se merece tus lágrimas ni siquiera tu padre el día en que se muera”.
53. Apoyarme las cinco veces que suspendí el examen de conducir y decirme que era cuestión de autoconfianza y tiempo.
54. Querer comprarme un primer coche mejor y más caro que el tuyo para complacerme y regalarme el que me vino en gana.
55. Enseñarme lo que cuesta ganar el dinero, lo rápido que se va y lo difícil que es ahorrarlo.
56. Tener sentido del humor.
57. Hacer que las navidades fueran una fiesta.
58. Enseñarme la importancia del lenguaje.
59. Protegerme de todo y de todos.
60. Tejerme todas mis bufandas en mis colores favoritos haciendo nudos de macramé.
61. Enseñarme a no tener miedo.
62. Darme tu último beso, tu último abrazo, tu última caricia.
63. Despedirte para siempre poco antes de navidades para que pudieran volver a ser felices.
64. Enseñarme cosas aún habiéndote marchado para siempre.

Cambiando de tema o no, hace varios meses estando total y absolutamente enamorada le pedí a ese hombre que volviera con todas mis fuerzas. Hay que tener mucho cuidado con los deseos porque a veces se cumplen.

Contra el consejo de todas mis amigas y de toda sensatez le regalé una carta. Soy de esas que aún escribe cartas. Benedetti dijo que una carta de amor no es una carta de amor sino un informe de ausencia y yo le echaba de menos. En esa carta había mucho amor y ninguna esperanza pero el destino quiso que hubiera respuesta por su parte.

De nuevo, haciendo caso omiso a todo el mundo, como se hace cuando se quiere de forma tóxica, le regalé una respuesta a su respuesta. Le regalé una canción que me hizo llorar y pensar en él la primera vez que la escuché. Sé que es típico, pero al final enamorarse es poco original. La canción se llama “vuelve”.

Yo sólo quería que volviera y lo pagué muy caro... Estoy bien.

Mi hada madrina dice que pronto dejaré de dar mi corazón a quien no lo tiene o se lo esconde mucho.
Muchos meses más tarde y como mi padre nació el 31 de mayo y es el mes de las flores, volví a escuchar esa canción, si se la dediqué a quién no la merecía por amor, puedo crear algo con todo eso y de pronto pasó que la misma canción adquirió un sentido diferente.

Estoy fuera del mapa donde vive mi padre y de los 64 que no va a cumplir, pero anoche me permití soñar con un “vuelve” muy fuerte y escribirlo por el aire para soplarle unas velas.

ANDRÉS SUÁREZ- VUELVE

miércoles, 20 de mayo de 2015

Hay que parar

A los dieciséis años fui alumna de primero de Bachiller en el Madina Mayurqa. 
Tuve la suerte de tener muy buenos profesores que me enseñaran conocimientos que aun puedo recordar como algo que he aprendido.

Como era propio del bachiller de humanidades que cursé se me enseñó latín y griego clásicos.

En no pocas ocasiones me han venido a la mente muchos momentos compartidos durante las clases de griego con mi profesor José Ramón del Canto. (Le nombro con cariño, ya que sé que me lee).

Un día en una de sus didácticas lecciones nos explicó un mito griego. Uno de tantos, tal y como solía hacer con la pasión y el amor por la docencia que le caracterizan y que tan bien transmite.

El mito de la hidra de Lerna me marcó y se me quedó grabado. Como sabéis, trata de un antiguo monstruo acuático policéfalo similar a una serpiente. Poseía un aliento venenoso mortal y se discrepa sobre el número de cabezas que tenía, desde tres a doce según la versión.

Los dioses encomendaron doce trabajos a Hércules y matar a la Hidra era el segundo de ellos. Hércules hizo uso de la fuerza (como no podía ser de otro modo) y amputaba cabezas sin descanso, pero por cada una amputada dos más brotaban del ponzoñoso muñón. Cayó entonces Hércules en la cuenta de que así estaba fortaleciendo al monstruo y lejos de aniquilarlo.

Del Canto -(así es como le llamábamos todos)- siempre establecía paralelismos con la vida cotidiana para enseñar. Todo buen profesor como él, sabe, cuando enseña, que no sólo enseña un mito; sino que abre una nueva vía de conocimiento y aprendizaje al alumno, una inquietud, una aplicación práctica de una teoría transmitida con verdadero y contagioso entusiasmo.

En su intención formativa, comparó con maestría el combate de Hércules contra la Hidra con el enfrentamiento de alguien contra las habladurías y provocaciones de otra persona.

Así nos enseñó que Hércules no estaba solo en su lucha sino que contaba con la ayuda de su sobrino Yolao que, inspirado por Atenea, (diosa de la inteligencia) acertó a quemar los ponzoñosos muñones con un paño ardiendo para así, con la cauterización, evitar el nacimiento de dos nuevas cabezas por cada una amputada y poseedoras de un aliento venenoso y mortal.

Los rumores, las provocaciones  con inquina y habladurías proceden de cabezas con aliento venenoso. Lo más inteligente parece, entonces, cauterizar para aplacar y evitar que nazcan nuevas cabezas. ¿Para qué usar la fuerza?, ¿para qué enfrentarse y permitir que nazcan dos nuevos conflictos y que a su vez deban ser rebatidos?

Ese día no sólo aprendí un mito. Se me enseñó una filosofía de vida que mi vehemencia adolescente y mi ego no toleraban.

Nunca he tenido miedo al enfrentamiento verbal y por eso, entre otras muchas razones, estudié Derecho más tarde. Como Hércules, cuando fui adolescente y también ahora que soy "adultescente" tuve y tengo fuerza en ello. Una fuerza que hay que usar con templanza y que sólo puede ser aplacada con la calma que le da a uno la edad y las experiencias.

Casi doce años más tarde la vida me ha evocado ese mito ante las provocaciones insidiosas de algunos enemigos.

Hay una frase que me gusta mucho: “si cuando hablas nadie se molesta es que no has dicho absolutamente nada”.

Con los años a una se le va calmando el carácter, o las ganas de ir a por algunas personas para cortar cabezas o sacar a pasear la motosierra con no pocas razones.
Cuando te enamoras con el alma de alguien que desconoce el verbo y su sentido, cuando tienes amigas que traicionan eso sintiendo la necesidad imperiosa de fornicar sobre tus sentimientos con traición, premeditación y alevosía para quedar por encima como el aceite.
Cuando después de eso dejan en evidencia tus sentimientos y con perdón de la expresión, deciden defecar sobre los mismos sin disculpa ni ulterior explicación. En esos momentos, es de humanos querer cortar cabezas pero es de sabios dejar al tiempo jugar sus cartas y disfrutar del espectáculo con unas palomitas o unos crudités.

Cuando al poco de toda esta novela, otras, sabiendo que te ha pasado todo eso y estás levantando cabeza y te ha tocado un merecido beso en los labios hacen un “cuando me di cuenta ya nos habíamos acostado”.
En esos momentos no me acuerdo de Hércules, más bien monto en la ira de Aquiles y veo mi débil talón. Me regocijo de que éste sea un corazón que siente y es leal y de ver que las cabezas de aliento venenoso no lo merecieron nunca. Y es que mi padre siempre me decía que “las malas lenguas no merecen besos” y que “amigos que no sirven y trastos viejos, pocos y lejos”.

Supongo que personas más capaces que yo, inspiradas por la inteligencia también, como le ocurriera a Yolao, tenían que enseñarme que hay que parar de cortar cabezas.

Hay que cauterizar para derrotar y la mejor manera es no contestando, o lo que es lo mismo, y cito un fragmento del libro la reina que dio calabazas al caballero de la armadura oxidada:

“Lo más difícil de una reina es serlo y seguir siéndolo pese a todo y a todos, mantenerse en su trono llevando erguida la cabeza aunque le lluevan a una chuzos de punta, porque eso distingue a una reina de una princesa de Diadema Floja”.