miércoles, 20 de mayo de 2015

Hay que parar

A los dieciséis años fui alumna de primero de Bachiller en el Madina Mayurqa. 
Tuve la suerte de tener muy buenos profesores que me enseñaran conocimientos que aun puedo recordar como algo que he aprendido.

Como era propio del bachiller de humanidades que cursé se me enseñó latín y griego clásicos.

En no pocas ocasiones me han venido a la mente muchos momentos compartidos durante las clases de griego con mi profesor José Ramón del Canto. (Le nombro con cariño, ya que sé que me lee).

Un día en una de sus didácticas lecciones nos explicó un mito griego. Uno de tantos, tal y como solía hacer con la pasión y el amor por la docencia que le caracterizan y que tan bien transmite.

El mito de la hidra de Lerna me marcó y se me quedó grabado. Como sabéis, trata de un antiguo monstruo acuático policéfalo similar a una serpiente. Poseía un aliento venenoso mortal y se discrepa sobre el número de cabezas que tenía, desde tres a doce según la versión.

Los dioses encomendaron doce trabajos a Hércules y matar a la Hidra era el segundo de ellos. Hércules hizo uso de la fuerza (como no podía ser de otro modo) y amputaba cabezas sin descanso, pero por cada una amputada dos más brotaban del ponzoñoso muñón. Cayó entonces Hércules en la cuenta de que así estaba fortaleciendo al monstruo y lejos de aniquilarlo.

Del Canto -(así es como le llamábamos todos)- siempre establecía paralelismos con la vida cotidiana para enseñar. Todo buen profesor como él, sabe, cuando enseña, que no sólo enseña un mito; sino que abre una nueva vía de conocimiento y aprendizaje al alumno, una inquietud, una aplicación práctica de una teoría transmitida con verdadero y contagioso entusiasmo.

En su intención formativa, comparó con maestría el combate de Hércules contra la Hidra con el enfrentamiento de alguien contra las habladurías y provocaciones de otra persona.

Así nos enseñó que Hércules no estaba solo en su lucha sino que contaba con la ayuda de su sobrino Yolao que, inspirado por Atenea, (diosa de la inteligencia) acertó a quemar los ponzoñosos muñones con un paño ardiendo para así, con la cauterización, evitar el nacimiento de dos nuevas cabezas por cada una amputada y poseedoras de un aliento venenoso y mortal.

Los rumores, las provocaciones  con inquina y habladurías proceden de cabezas con aliento venenoso. Lo más inteligente parece, entonces, cauterizar para aplacar y evitar que nazcan nuevas cabezas. ¿Para qué usar la fuerza?, ¿para qué enfrentarse y permitir que nazcan dos nuevos conflictos y que a su vez deban ser rebatidos?

Ese día no sólo aprendí un mito. Se me enseñó una filosofía de vida que mi vehemencia adolescente y mi ego no toleraban.

Nunca he tenido miedo al enfrentamiento verbal y por eso, entre otras muchas razones, estudié Derecho más tarde. Como Hércules, cuando fui adolescente y también ahora que soy "adultescente" tuve y tengo fuerza en ello. Una fuerza que hay que usar con templanza y que sólo puede ser aplacada con la calma que le da a uno la edad y las experiencias.

Casi doce años más tarde la vida me ha evocado ese mito ante las provocaciones insidiosas de algunos enemigos.

Hay una frase que me gusta mucho: “si cuando hablas nadie se molesta es que no has dicho absolutamente nada”.

Con los años a una se le va calmando el carácter, o las ganas de ir a por algunas personas para cortar cabezas o sacar a pasear la motosierra con no pocas razones.
Cuando te enamoras con el alma de alguien que desconoce el verbo y su sentido, cuando tienes amigas que traicionan eso sintiendo la necesidad imperiosa de fornicar sobre tus sentimientos con traición, premeditación y alevosía para quedar por encima como el aceite.
Cuando después de eso dejan en evidencia tus sentimientos y con perdón de la expresión, deciden defecar sobre los mismos sin disculpa ni ulterior explicación. En esos momentos, es de humanos querer cortar cabezas pero es de sabios dejar al tiempo jugar sus cartas y disfrutar del espectáculo con unas palomitas o unos crudités.

Cuando al poco de toda esta novela, otras, sabiendo que te ha pasado todo eso y estás levantando cabeza y te ha tocado un merecido beso en los labios hacen un “cuando me di cuenta ya nos habíamos acostado”.
En esos momentos no me acuerdo de Hércules, más bien monto en la ira de Aquiles y veo mi débil talón. Me regocijo de que éste sea un corazón que siente y es leal y de ver que las cabezas de aliento venenoso no lo merecieron nunca. Y es que mi padre siempre me decía que “las malas lenguas no merecen besos” y que “amigos que no sirven y trastos viejos, pocos y lejos”.

Supongo que personas más capaces que yo, inspiradas por la inteligencia también, como le ocurriera a Yolao, tenían que enseñarme que hay que parar de cortar cabezas.

Hay que cauterizar para derrotar y la mejor manera es no contestando, o lo que es lo mismo, y cito un fragmento del libro la reina que dio calabazas al caballero de la armadura oxidada:

“Lo más difícil de una reina es serlo y seguir siéndolo pese a todo y a todos, mantenerse en su trono llevando erguida la cabeza aunque le lluevan a una chuzos de punta, porque eso distingue a una reina de una princesa de Diadema Floja”.

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